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El otro día un amigo me contó una historia que me hizo reír mucho…

Había llevado a su hijo de 14 años a Lyme Regis a buscar fósiles. (Ya sabes, uno de esos fines de semana sanos, de aire fresco y aprendizaje). En fin, pararon en la panadería; el chico se elige un croissant recién hecho. Calentón. Con mantequilla. Un capricho. Estaba paseando por la playa, con un pastel en la mano, sin ninguna preocupación. De repente... ¡zas! Una gaviota se abalanza y le da un golpe limpio en la nuca. Antes de que tuviera tiempo de gritar, otra se abalanza desde el otro lado y, con un gatillo, el croissant ha desaparecido. Directamente de su mano. Al parecer, se quedó allí parado, aturdido, mirando su mano vacía, sin entender qué había pasado ni adónde había ido a parar su croissant. Como si lo hubieran asaltado a plena luz del día. Lo cual, para ser justos... así era.

Ahora, en cuanto dejó de reír (lo cual tardó un poco), me puse a pensar. Así es la vida, ¿no? Planeas. Te preparas. Eliges el pastel perfecto. Y entonces la vida te lanza una gaviota a 48 km/h a la nuca y te lo arrebata de la mano. Puedes hacerlo todo bien, y aun así recibir un golpe. Ya sea criando hijos, dirigiendo un negocio o enviando mercancías al otro lado del mundo.

Todos hemos tenido esos momentos de gaviota. Los imprevistos. Los cambios repentinos. Los retrasos de última hora que lo arruinan todo.

 En nuestro mundo del transporte de mercancías, puede ser un contenedor perdido. Una huelga portuaria en Europa. O la mercancía de un cliente atascada detrás de otras 30 porque alguien olvidó marcar la casilla correcta. Y a veces no es culpa de nadie. Como el incidente del croissant: es la vida, viniendo de lado.

Pero ahí está la cosa. Puedes quedarte ahí echando humo, sin croissant... O puedes sacudirte el polvo, volver a la panadería y buscar otro. Puede que no sea lo mismo. Puede que esta vez sea un rollito de salchicha. Pero sigues adelante.

Llevamos más de 35 años en el transporte de mercancías, y si algo he aprendido es esto... Hay que estar preparado para las gaviotas. Esperar lo inesperado. Planificar con ahínco, pero ser flexible. Porque no se trata de evitar los problemas, sino de la rapidez con la que uno se recupera cuando llegan. Y oye, la próxima vez que estés por la costa con un pastel en la mano, no pierdas de vista el cielo.

¿Y tú? ¿Tienes alguna anécdota graciosa sobre una gaviota? Me encantaría escucharla..