Me encontré con la idea hace un tiempo, escondido en un libro que alguien recomendó. No pensé mucho en ese momento. Pero recientemente, tuve un poco de pausa forzada propia. Terminó en el hospital para una estadía corta. Nada serio, pero suficiente para hacer todo (trabajo, vida, el lote) detenerse durante unas buenas semanas.
No hay llamadas. No hay reuniones. ¡No se dirige al fútbol el fin de semana! Solo quietud.
Ahora, no soy alguien que tome amablemente a la quietud. Me gusta estar en movimiento, resolver problemas, hacer cosas. Así es como estoy conectado. Pero sin otra opción en el asunto, hice algo inusual. Me incliné hacia él. Me detuve. Adecuadamente.
Y en ese silencio, la idea volvió a mí. El poder de la pausa. No se trata de aflojarse. No se trata de acostarse en una playa con un cóctel (aunque tampoco estoy golpeando eso). Se trata del acto intencional de detenerse: crear espacio para pensar, respirar, reevaluar. En esa pausa, comencé a ver las cosas más claramente. Sin ruido, sin plazos, sin prisa ... todo se enfocó. Pensé en el negocio, cómo evolucionó y en lo que realmente he construido y logrado en los últimos 35 años.
No solo una empresa de reenvío de carga, sino un sistema. Un equipo. Una estructura que sigue moviéndose, incluso cuando no estoy en el asiento del conductor. Y me di cuenta, ese es el verdadero punto de todo. No para crear algo que te vincule, sino algo que te da libertad. La libertad de dar un paso atrás cuando lo necesite. Para descansar. Pensar. Dejar de lado la rueda sin que todo salga de la carretera.
El mundo nos dice que el éxito significa hacer más, moverse más rápido, mantenerse ocupado. Pero a veces, es la pausa lo que te da el mayor salto hacia adelante. Porque en la quietud, finalmente escuchas lo que importa. Ves lo que está funcionando, qué no y dónde se encuentra el valor real.